Laura se
encontraba muy alterada. Sofía, su mejor amiga entre risas y con una copa de
más, le había entregado un regalo. En su regazo descansaba un sobre abierto.
Hacía sólo unos escasos minutos que había leído su abrumador contenido. Más que
un regalo era toda una sorpresa. Ahora sólo quedaba esperar a que llamaran al
timbre. Con razón le había dicho la noche anterior que se vistiera con sus
mejores galas. No podía hacerlo. Con celeridad cogió su bolso con la intención
de irse y en ese instante el “ding - dong” de la puerta sonó. ˂˂Tierra
trágame˃˃, pensó paralizada. Tomó aire varias veces y con decisión abrió.
Y allí estaba
él. Alto, moreno, de arrebatadora mirada. Dispuesto a realizar los servicios
estipulados en su contrato. Alzó la mano y saludó con un leve gesto,
seguidamente entró y cerró la puerta tras de sí.
La cara de
Laura se puso roja como una amapola.
Temblaban como la gelatina. Se sentó y con la mirada perdida en un punto
impreciso del espacio fue divisando con el rabillo del ojo como él se quitaba
con elegancia parte de su ropa.
— Señorita, dime
lo que deseas.
Su voz era profunda, muy masculina. Laura alzó la cabeza
y sin mirarlo dijo:
— Creo que ha sido una equivocación. Ahora mismo llamo a
Sofía…
Los endemoniados nervios hicieron que al coger el móvil
este se cayera estrepitosamente sobre la alfombra, justo bajos los pies del
gigoló.
Mientras él lo recogía. A Laura se le saltaron las
lágrimas. No podía acostarse con un desconocido, aunque la amarga soledad de la
viudez la consumiera por dentro.
Él se acercó y
con mucha suavidad acariciando el dorso de sus trémulas manos, introdujo el
móvil entre las mismas.
— ¿No me recuerdas verdad?
Estaban cara a cara. Al observa la profundidad verdosa de
sus pupilas supo que lo conocía, pero, ¿quién demonios era?
— Esto si que es decepcionante —. Dijo él resoplando
mientras se incorporaba. — Le diré a Sofía que lo he intentado.
—Yo…—. Laura enmudeció intentando recordar.
Comenzó a retirar su ropa que estaba esparcida por el
suelo. Sólo tenía el torso desnudo. Hasta que lo vio, el nudo celta del amor
tatuado sobre la parte posterior de su hombro derecho. El mismo que ella tenía
tatuado en una de sus caderas.
Se levantó y se
acercó a él. Su corazón palpitaba queriendo salir por la garganta. Situado de
medio lado a ella, sólo pudo hacer un gesto que lo detendría. Con suavidad besó
el tatuaje como antaño.
Él se giró frente a ella, sabiendo que lo había
reconocido.
— Bésame —, dijo Laura en un suspiro.
Con un fuerte apretón la estrechó entre sus brazos. Se
aferraba a él como si fuera su salvavidas. Jamás olvidó la promesa que le hizo
y ahora la estaba cumpliendo. Le prometió que si ambos se quedaban solos,
volverían a reencontrarse.
Se besaron apasionadamente, confirmando que el primer
amor nunca se olvida.
© LOLA SÁNCHEZ