Sólo me queda deciros¡¡¡ FELICES FIESTAS!!! Espero que os guste.
Con la llegada de diciembre, las calles y
las plazas de las ciudades se van llenando de luz. En las casas, sus dueños,
como todos los años, buscan en el fondo de los polvorientos armarios los
adornos, belenes y árboles navideños. El olor a carbón, a empanadillas, pestiños
y mantecados se mezcla con el frío aire de un nuevo invierno.
Y como los ciclos naturales todo se repite,
las fiestas al igual que las estaciones van y vienen. En apariencia parecen que
siempre son las mismas, pero cada una es única e irrepetible, como cada
amanecer y atardecer, no hay dos iguales en su forma de manifestarse.
En pleno centro urbano externamente todo es
normal, pero este año en casa de la familia Fernández algo ha cambiado.
La
pequeña Irene mira a su madre con expresión suplicante implorando un deseo.
— No
me mires así, que te he dicho que no —, resonó de forma severa la voz de su
progenitora.
Resignada, Irene se marcha a su
habitación, pues desde su balcón puede divisar los naranjos, las hermosas
fachadas llenas de luces, y en el centro de la plaza el enorme árbol de navidad
cobijando bajo sus ramas el nacimiento que tanto le gusta. Tiene tantas ganas
de subir al altillo y sacar su arbolito, sus figuritas del belén y sus adornos
para decorar su salón… Que al pensar que este año no puede ser, se le forma un
nudo en la garganta y las lágrimas se asoman queriendo manchar su hermosa
carita redondeada. Para consolarse se acerca hasta su mesilla y coge el retrato
de él, su padre, lo abraza con fuerza sobre su pecho, sintiendo un calor
reconfortante que la recorre de pies a cabeza. La sensación siempre se repite,
es como si él la estuviera abrazando.
El
timbre suena, y la voz de su abuela Fali hace que la pequeña reaccione. Sale de
su habitación y se asoma por el hueco de la escalera. Su madre, Adela, la está
recibiendo.
— ¿Y
la niña?— dijo Fali levantando la cabeza para ver si estaba dónde siempre se la
encontraba —. Estás ahí. Baja cariño, tengo un regalo para ti.
Irene dando saltitos de conejo y con una
amplia sonrisa baja ilusionada las escaleras. Se abraza a su abuela y ésta le
da uno de esos besos chupones típicos de los abuelos. Seguidamente le enseña
una pequeña cajita envuelta en papel de regalo. Nerviosa abre la envoltura
rompiéndola. Es una caja de cartón
pequeña, sin dibujos, sin nada en su exterior que le de alguna pista de lo que
oculta. Termina de abrirla, y allí está, con un traje dorado y hermosas alas,
un ángel para su árbol de navidad.
— No
deberías haberle regalado eso —, dijo su madre Adela con los brazos cruzados en
actitud defensiva.
—
Hija…, a él le gustaba estrenar cada año una figurita nueva para el árbol.
Irene supo al instante a que se refería. En
vísperas de navidad su padre les regalaba una nueva figurita para el belén o el
arbolito. Al observar la reacción de su madre guarda de nuevo el ángel en su
envoltorio.
—
Gracias abuela, pero mamá no se encuentra bien y este año no vamos a poner
nada. Guárdamela para el próximo año.
Su
voz sonó triste y le entregó de nuevo el regalo.
—
Adela, tienes que cambiar de actitud, hija, la vida continúa… ¡ hija!...
Adela
no quiso escuchar más y sin decir nada se fue a la cocina.
Seguidamente Irene sube corriendo las
escaleras para encerrarse en su cuarto. Sabía lo que iba a ocurrir, su abuela
seguiría a su madre para hacerla entrar en razón y ésta no cedería, al final
terminarían gritando y llorando. Lo peor de todo era que esto ocurría con
cualquier miembro de la familia. Era en
esos momentos cuando la niña se abrazaba con más fuerza al retrato de su padre
y gracias a ese gesto pasaba la tormenta sin apenas mojarse, aunque de vez en
cuando algunas gotas cayeran sobre el edredón.
Al llegar la Noche Buena. En el
salón, ambas, Adela e Irene están cenando solas. Las llamadas de teléfono no
han parado en toda la tarde, tanto sus tíos como la abuela Fali han seguido
insistiendo sin éxito para que ambas no cenaran solas; pero Adela está sumida
en un dolor que le impide ver más allá,
y aunque está en tratamiento psicológico, la llegada de la Navidad la ha arrastrado
a una mayor tristeza, ya que él, su difunto marido era la alegría de las
Fiestas Navideñas; alguien que unía a toda la familia.
Irene
está muy preocupada por su madre, ya no le importa que no haya adornos
navideños, lo que quiere es ver a su madre sonreír. Al terminar la cena la
ayuda a recoger la mesa.
—
Guapi, me voy a la cama, me duele la cabeza.
— Te
acompaño mamá.
Juntas suben a los dormitorios. Irene la
sigue, y Adela se gira para preguntarle que quiere, y ésta se abraza a su
madre.
— Mamá,
quiero que te pongas bien.
— Mi
vida, te prometo que me pondré bien. Sólo... necesito tiempo.
—Mamá…—
le dijo a su madre con la mirada llorosa y la voz en un hilo—. Te duele aquí.
Le
señalo el pecho. Y continuó.
—A mí
también me duele, pero sé que papá no se ha ido.
— Se
nos pasará —dijo Adela besándola varias veces en la cara y abrazándola—.Venga a
la cama.
Irene
se separó de su madre y antes de llegar a su cuarto regresó de nuevo a su lado
e hizo que ésta se agachara para decirle muy bajito en el oído:
— Te
lo demostraré.
Luego le dio el último beso de la noche.
Bajo su ventana, la niña, está arrodillada
rezando pidiéndole un deseo a Dios. Agradecida, y con ilusión se acuesta. Esta
vez decide que la foto de su padre la acompañe en sus sueños guardándola bajo
su almohada.
En la habitación contigua está Adela mirando
otra foto de él. La besa, y como cada noche la pone sobre su pecho, el vacío
que siente es enorme, y la congoja se apodera de ella para de nuevo llorar. A
punto de quedarse dormida siente que alguien se acerca a la cama.
—Hija,
¿qué te pasa? ¿No puedes dormir esta noche?
Con
los ojos ocultos tras uno de sus brazos se gira para dejar sitio a Irene.
— ¿Es
así como me recibes en Noche Buena?
Adela se queda paralizada, el que se acaba de
acostar a su lado es su marido, pues su voz jamás la podría olvidar. Se levanta
de un golpe y enciende la luz. Y sí, allí está, con una esplendorosa sonrisa
mirándola.
─
¡Pellízcame!─ dijo Adela temblando.
Acercándose a ella le da un dulce beso en los labios y le dice:
—Mejor
esto…─ y volviéndola a besar—Y esto…
Los
besos no dejaron de cesar consumiéndose en ellos.
Abrazados
bajos las sábanas Adela se aferra a él con firmeza.
—
Dime que no es un sueño —. Le dice ella mirándolo y tocándolo por milésima vez
para sentir que era real.
—
No, no es un sueño. Pero sólo tenemos esta noche. Y he venido para decirte algo
muy importante.
—
Dime…—, la voz de Adela sonó apagada y ocultó su cara en su pecho.
—Mírame
Adela, por favor.
Las
pupilas de ella se volvieron a reflejar en las de él.
—
Quiero que vivas. Quiero que salgas, que te enamores de nuevo, que disfrutes
del tiempo que tienes aquí. Y quiero que sepas que no me he ido, que estoy aquí
al lado, viéndote, a ti y a mi niña. Que os quiero con toda mi alma y que os
esperaré cuando llegue vuestro momento.
Adela
lo miraba muy seria.
— ¡No
te puedes ir otra vez!
Él
se volvió sobre ella y se colocó encima.
— No
me estás escuchando. No me he ido. Sólo estoy aquí al lado.
Besándola con ternura consigue disipar la expresión de dolor de su cara.
—
Bueno, si no puedo por las buenas… Entonces será por las malas… —. Su voz sonó
misteriosa.
De
repente comenzó hacerle cosquillas y las carcajadas de Adela fueron creciendo.
La puerta
se abrió en ese instante y allí estaba Irene.
—¡Papi,
has venido!…
—Anda
chiquitina acércate ─ le dijo su padre
mirándola, mientras su madre no dejaba de reírse.
Irene
saltó rápidamente a la cama. Entusiasmada sus deditos volaron hacia los
costados de su padre.
—
Ja, ja, ja, jaaaa, ¡ Eso es Irene!… ¡A por él !—, le gritó Adela para que la
defendiera.
—Eso
es trampa dos contra uno.
Y las risas de los tres lleno la estancia de
alegría.
— Os
quiero —, les dijo a las dos envolviéndolas con sus brazos —. Mañana
celebraremos la Navidad
todos juntos, como siempre, y así se hará todos los años.
Irene
se despierta en la cama de sus padres. Adela la tiene agarrada. Con sus manitas
le acaricia uno de sus pómulos, ésta se despierta y la mira con detenimiento.
— Mi
niña…—, le dice besándola cariñosamente —. ¿Estás preparada para adornar el
salón?
—
Siiiiiiiiii —, responde Irene con los ojos como platos y muy brillantes.
Ambas
enmudecen al escuchar la música navideña en la planta baja. La misma que él les
solía poner cada mañana de Navidad.
—
¡Biiiiieeeen! — Exclama Irene brincado de gozo —. ¡Papá ha estado esta noche
con nosotras!
Adela
se estremece y los bellos del cuerpo se le ponen de punta.
—
¡jo, jo, jo, papá está en casa!— Escuchan la voz de él llamándolas.
Irene ya corre por el pasillo, Adela la sigue
con risa nerviosa. Al llegar al comedor ambas se quedan con la boca abierta. El
árbol, el belén y todos los adornos navideños están colocados. En la repisa del
televisor están los dos retratos de él. Y colgando del árbol cerca de la Estrella,
el Ángel que la abuela Fali les había traído.
El teléfono suena y Adela emocionada lo coge.
—
Hija… esta noche ha estado Rafa por aquí…—la voz entrecortada de la abuela Fali al otro lado
de la línea.
— Lo
sé… No me digas más, llama a todos y veniros. Rafa también ha estado con
nosotras… Sigue y seguirá estando con nosotros…
— ¡Se
ha cumplido!
Irene grita y baila llena de felicidad.
Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo. |
Saludos Lola;
ResponderEliminarLo he terminado de leer. Me ha encantado. También me alegra saber que aun hay personas que no hablan de la navidad como de algo ridículo sino hermoso.
Un beso y un abrazo, desde Honduras.
Muchas Gracias Ever Ballardo Martínez. Me alegro que te guste. Por otro lado, supongo que hay personas que odian las navidades, o simplemente no las entienden, y por eso la ridiculizan, aún así es respetable su punto de vista. El desconocimiento distorsiona la realidad. Y el origen de estás fiestas va más allá del nacimiento de Cristo.
ResponderEliminarUn abrazo enorme.
Lola Sánchez.