La distancia forjó un camino
en los sueños. El sol anaranjado de
finales de agosto, en aquel hermoso lago, la barca los esperaba. Antes de
llegar a su destino, él le habló a ella como el susurro del viento.
― ¿Me dejarás amarte en la
barca?― preguntó besándola sin aliento.
El gemido de afirmación, lo
encendió como una antorcha en una fría noche.
Sus ojos de gata lo
devoraron por completo.
― Y en nuestra cabaña me
amarás otra vez― respondió ella mordiéndole el labio.
La afirmación fue la confirmación
de los deseos de ambos.
El delirante ocaso se transformó en una tormenta
de estrellas fugaces, de explosiones estelares, tan intensas como las huellas
geológicas marcando para siempre las duras rocas.
Tras años separados, como
dos extraños que nunca se encontraron.
Aquel momento se repetía como una canción ancestral. Sólo con ver una
imagen de lo que vivieron, en aquel paisaje que los unió en un solo ser, todo emergía para recordarles que había sido
verdad, mientras duró fue auténtico y
sincero, aunque ahora lo negasen y el tiempo con su eterno silencio quisiera
borrarlo en el olvido. Sus almas sabían que la realidad superaba y transcendía
cualquier situación. Y cada vez que ambos veían una de esas imágenes sus almas
gritaban saltando libres de sus pechos, reviviendo esos maravillosos recuerdos.
© LOLA SÁNCHEZ