“La
fiesta de Dionisos se desarrollaba en el corazón de la foresta. Ella había ido temerosa,
había salido de su árbol, pues era sólo
una joven ninfa del bosque, alguien sin experiencia en las celebraciones de la
primavera, donde la diosa Maia brindaba fertilidad y prosperidad en copas de
vinos con el dios de la embriagadez y su corte. Y Mientras Pan tocaba su
pequeño flautín, los faunos, selenos y sátiros con las ménades bailaban sin
cesar. Escondida tras un arbusto asomó su cabeza para ver el espectáculo, pues
Maia, derramaba de sus manos semillas que luego germinaban en la tierra fresca,
una explosión de abundancia emergía de las plantas, que florecían y daban
frutos al ritmo de los címbalos y tambores. Sus ojos se posaron en él, era un
sátiro de mediana edad, experimentado en las artes amatorias, y él le respondió
devorándola con la mirada, la llamó con
aquella voz que la hipnotizó por completo. Sin saber por qué, ella acudió hasta
su presencia, liviana y excitada por la curiosidad de conocerlo, por saber que
era lo que bullían en las profundidades de su vientre que la atraían hacía él
cómo las mariposas nocturnas por la luz. Y él tomó sus manos, y ese simple
contacto hizo que su temperatura se elevara. Sin saber porque, ella confiaba en
él, sin saber, y sólo con el sentir, supo que ya se conocían, porque habían
coincidido en otros mundos, en otros lugares de ensueños, con otros roles y
otros cuerpos. Él la llevó a bailar, y
con cada movimiento, con cada roce el fuego que en ella dormía como una simple
ascua comenzó a crecer de forma vertiginosa, a unos niveles que no pudo
controlar. Y él supo a través de sus llameantes pupilas que ella estaba
preparada para él, lista para amarla como nadie lo había hecho jamás, pues era
un maestro en hacer feliz al sexo contrario, pues la satisfacción de sus amadas
era la felicidad de él. Las caricias entre las brisa del atardecer, los
primeros besos que parecían pequeños trinos de pájaros, fueron creciendo, hambrientos,
como rapaces que vuelan sobre el cielo divisando su presa a lo lejos.
Mordiscos, chasquidos sonoros se pasión, las lenguas enredadas como hiedra
trepadora. Ella sucumbió a su embrujo, y aquella tarde se convirtió en noche de
pasiones desenfrenadas, de anhelos satisfechos, de lujuria de colores de un paisaje de mayo, que se derrama por sus cuerpos fundidos en
uno sólo, unidos por el sexo voraz que los atas, y la vez, los libera de todo.
Se amaron de tal forma… tan hermosa y extraordinaria, que una parte de ella
quedó en él y una parte de él quedó en ella para la eternidad”.
© LOLA SÁNCHEZ
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