lunes, 15 de agosto de 2016

A que no me dejas...



Tras meses de lucha interna las tinieblas mentales se desvanecieron. El intento de alejarse y sumergirse en el abismo más negro quedó atrás. Y todo gracias a él. Su presencia silenciosa, sus ojos de mirada honesta, sus enormes manos, aunque entumecidas, sangrantes, jamás la dejaron caer. Soportó toda la inconsciencia. Todo el lado más siniestro y oscuro que pueda albergar la propia naturaleza dual de un ser humano. Lo hizo porque le salió de lo más profundo de su ser. No podía ser de otra forma pues sólo los que tienen el corazón en llamas pueden lograr esa proeza. Y el suyo estaba despierto y latente por el amor verdadero. Ella estuvo cegada por un espeso velo y él estuvo siempre a su lado. Hubo momentos que ella no se dejaba ayudar, momentos donde otro la hubiese dejado aislarse hasta autodestruirse. Él la estuvo apoyando como una roca firme en medio de una terrible tempestad. Lo que sentía por ella era tan grande como el mismo cosmos. Persistente, insistente, paciente hasta la extenuación. Demostró una fortaleza infinita. Todo eso la hizo volver. Mirar más allá de su mente limitada y desequilibrada. Sentir de nuevo su propia alma, que todo lo conoce y lo sabe. Descubrir que lo que parecía muerto renacía de nuevo. 
Dispuesto a retenerla la fue reconquistando, transformando y diluyendo todo su dolor pasado. Y como si de una flor que se cerró por el frío invierno, ella volvió a abrirse recuperándose. Su oculta sonrisa emergió y sus ojos llenos de tristeza volvieron a brillar manifestando su auténtica identidad.  



  © LOLA SÁNCHEZ

No hay comentarios:

Publicar un comentario